Acostada sobre la cama del hospital y aún bajo el efecto de
la anestesia, la nueva madre orgullosa mencionaba lo hermoso que estaba su bebe,
las otras mujeres que la acompañaban en el cuarto afirmaban incesantes lo que decía la nueva mamá sobre el recién
nacido y emitían sonidos mimosos cada vez que dirigían a la criatura.
Por más que me asomaba a ver si había otro neonato y confirmar lo que todas las señoras decían,
no logre ver más que aquel horrible niño que dormía en los brazos de su mami,
pero en verdad que el plebe no estaba tan bonito como todas aseguraban en ese
momento.
Mi Cachita anticipándose a mi indiscreción se me acercó y me
mencionó a manera de advertencia – Nadie
pero nadie tiene hijos feos -
Días después, durante la semana santa del 2006 o 2007, Mariana
mi hija tendría alrededor de seis años cuando pasamos a visitar en Camahuiroa, al
hermoso familión de los Yamuni, los cuales
gozaban en su casa de playa de relajantes vacaciones. Nos recibieron en
el comedor y verdaderamente nos
atracamos de unas deliciosas kibbeh (mezcla libanesa de carne de cordero con
trigo). Posteriormente nos instalamos en
un cuarto que amablemente nos ofrecieron y mi pequeña hija al ver la playa
corrió a ponerse su traje de baño y agarrándome la mano me invitó a construir
castillos de princesas en la arena.
Al pisar la playa, con la panza todavía hinchada por goloso
atracón, antes de quitarme la camisa, me asegure que no hubiera ninguna fémina
que le pudiera causar algún disgusto visual mi exceso de grasa corporal
traducido en enormes pellas que orgullosas se expresaban en mi abdomen. Asegurándome
que los únicos que estábamos éramos mi hija de seis y otras dos niñas; una de
siete y otra de diez, proseguí con
confianza a andar bichi de la cintura para arriba.
Construimos un enorme castillo y al terminar, mi hermosa
Mariana, siendo la más pequeña, sugirió
que jugáramos a las princesas y levantando la mano como queriendo apartar un
lugar en el juego se apresuro a decir:
-Yo seré la princesa
bebe- posteriormente señalando a la niña de siete le comentó –tú serás la
princesa hermana mayor- después refiriéndose a la niña de diez le dijo – tú
serás la Reina- y con efusión terminó diciendo – ¡y mi papi será el Rey!
Cuando dijo eso mi princesa, el cielo se despejo y se tornó
en un azul perfecto, la playa palpitaba arena blanca y las olas susurraban un
hermoso y relajante vaivén, estoy seguro que en el horizonte se dibujó un
arcoíris donde jugaban amablemente delfines con gaviotas, garzas y todo tipo de
aves marinas, más que extasiado, levante el pecho, suspire profundo y di
gracias a la vida, y precisamente en ese momento cuando todo estaba en la
cumbre del éxtasis se escucha:
¡Aaaassssscoooo! – dicho por la niña que le toco ser la Reina,
inmediatamente se dio media vuelta y se dirigió
a la casa buscando a su papá, para acusarnos por haberle hecho “trampa” y
haberla casado sin su consentimiento con un Rey peludo y panzón. Ya ni para qué hablar de los delfines, las
garzas, el arcoíris y el susurro de las olas, todo se dio media vuelta y
desapareció inmediatamente como la niña
de diez años.
El rey Peraza por su parte, disimuladamente se puso la camisa,
los siguientes tres meses se puso a dieta, bajó como diez o doce kilos y esa
navidad le pidió a Santa Clos que “nadie pero nadie tenga hijos y ni tampoco
papas feos… y que así sea”.