domingo, 2 de diciembre de 2012

Antes de que muera Fidel.

Antes de que terminaran de invitarme, yo ya había contestado - ¡cómo chingados no!- la vez que Heriberto Vlaminck me preguntó si quería ir a Buenos Aires, a atender una feria de comercio.

Se me ocurrió que sería muy buena idea invitar a mi padre y pasar un tiempo de convivencia papá e hijo, disfrutar de largas horas de charla, de nuevos paisajes y propuestas culinarias. 

Mi padre, el señor que n
ormalmente está en la puerta de La Chuparrosa Enamorada, no le pareció de entrada buena idea.

Aunque al final del día, lo medio convencí de visitar la Patagonía "conmigo", argumentaba que no tenía caso, que en Bacurimi encontraba todo lo que necesitaba:

El dijo - ¿pa que?, aquí estoy a toda madre- al mismo tiempo que acariciaba la hamaca con la que se columpiaba debajo de aquel Huanacaxtle.

A medio convencer lo acompañe a la agencia de viajes a que comprara su boleto, después de veinte minutos mi padre salió con boletos en mano y una sonrisa pícara que sólo él sabía a esa altura lo que la provocaba, y me dijo, -me voy a la Habana-

Pensé -¿qué pedo?-
Y le pregunte - ¿a la Habana?
El contestó - sí, me voy a la Habana -
Le dije - Pero yo voy a Buenos Aires-
El dijo - Lo sé, tu vas a Buenos Aires y yo voy a la Habana - aclaró - antes que muera Fidel-

Al final cada quien se fue a su destino, mi viejo llegó después de tres semanas de haber recorrido las costas de Cuba, con un solo cambio de ropa, el que traía puesto, dejó en aquel país sus tenis, su ropa, su maleta, su celular, su dinero y se trajo una sonrisa de esas que rozan la locura.

Siempre he pensado que las sonrisas se contagian, ahora que visiten La Chuparrosa, pregúntenle a Don Jorge sobre su experiencia cubana y presenciaran la formación de una sonrisa, provocada por el recuerdo del cachondo vaivén de las hermosas caderas al ritmo que bailan las olas en la Habana, aclarando, antes de que muera Fidel.

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