domingo, 6 de enero de 2013

Había una vez un Príncipe Papá


Una cara de “pendejo satisfecho” consiste en gran medida por una sonrisa de oreja a oreja acompañada de una mirada perdida en el horizonte y varios movimiento de cabeza como afirmando algo que nadie está preguntando. Pues en la vida, confieso,  me he sorprendido muchas veces poniendo cara de “pendejo satisfecho”.

Muchas de ellas han sido inducidas por mi hija Mariana, por ejemplo, sus primeras palabras fueron “papá”,  inmediatamente puse mi cara de “pendejo satisfecho”, posteriormente, motivo de esta historia, fue cuando a sus dos años, influida por una sobredosis de historias de princesas de Walt Disney, me rebautizó como “Príncipe papá”.

En las mañanas que llevaba a Mariana a maternal, nuestras palabras de despedida eran – Nos vemos al rato “Princesa” – y ella contestaba – Aquí te espero “Príncipe papá”- y así con esa plenitud me retiraba a trabajar. A medio día que regresaba por ella, corría a abrazarme y me decía – que bueno que ya estás aquí “Príncipe papá” - y yo como de costumbre, ponía mi cara de “pendejo satisfecho”.

Casi al finalizar el curso de maternal, al llegar por ella, corrió como de costumbre a abrazarme, pero ésta vez me recibió con un – “hola papá” – pensé que se le había pasado por única vez no decirme “Príncipe papá”, así que no le puse importancia y tomando su manita le señalé– vámonos a casa “Princesa” - enfatizando la palabra “Princesa”, lo cual al parecer le recordó nuestro autodenominado principado y antes de comenzar a caminar, me tiró varias veces del brazo como tratando de que le pusiera atención, así que incorporándome a su altura para escucharla, me comentó con singular sencillez:

- Papá, tu, ya no eres el “Príncipe”- y buscando entre sus compañeros, levantó la mano señalándome a un mocoso sin gracia que iba acompañada de lo que al parecer era su mamá y sin consideración me vuelve a comentar con su vocecita tierna:

- “El Príncipe” ahora es aquel niño que se llama Gastón – en ese momento y nada más para que me terminara de cargar la chingada, crucé la mirada con la señora que llevaba de la mano a el “Príncipe Gastón” que me gritaba de lado a lado de la escuela con singular alegría y voz que rechinaba como chanate de rancho - ¡buenas tardes consuegro! – y con la sonrisa mas fingida del mundo y por instinto, levante la mano para contestarle ¡buenas tardes! quedándome en esa posición, con cara de “pendejo a solas” moviendo la mano de lado a lado y con la sonrisa perdida por unos instantes, tratando de digerir todo lo que había pasado,  haciéndome preguntas como: ¿Quién es “ese plebe cagado” que ahora es el “Príncipe Gastón”? ¿Cuándo deje de ser el “Príncipe papá”? ¿Quién me cambió a mi hija? ¿Qué ideas tan liberales le están enseñando en ésta escuela? ¿Por qué se llama Gastón, acaso en un cazafortunas?

La razón me decía que mi principado  había llegado al final, un principado que duró menos de dos años, hoy Mariana ya tiene 13 años y jamás me dijo nuevamente “Príncipe papá”, no cabe duda que la vida te enseña a poner caras diferentes durante el transcurso de los años, estaré pendiente de las caras que me faltan por poner, y más ahora que lleguen la bola de plebes cabrones que vengan a noviar con mi “Princesa”.