jueves, 29 de diciembre de 2016

Un mapache para toda la vida.

El Chube tenía entre 2 ó 3 años cuando lo mordió un mapache. Le clavó los colmillos en la pantorrilla y al escuchar el llanto de mi hijo inmediatamente lo tome entre mis brazos y aunque lo levante lo más alto posible, el mapache seguía sosteniéndose con los dientes como badajo de campaña desgarrando el músculo trasero que está justo debajo de la corva. 

La escandalosa sangre escurría de la pantorrilla llenando el hocico y cuerpo del animal hasta formar un charco en el suelo. Pateé varias veces al mapache mientras sostenía al Chube. Por fin un puntapié directo en las costillas logró desprenderlo, al caer se escapó chillando y se escondió debajo de un huanacaxtle.

La culpa la tuve yo, lo reconozco. El mapache estaba en celo y aun sabiendo del estrés del animal insistí como padre, que Chube tuviera una experiencia tipo "National Geografic" en el patio trasero de la Chuparrosa Enamorada.

Mi esposa Cachita, que se encontraba en el área de las mesas, vio como me acercaba corriendo con mi hijo dejando un rastro colorado desde el patio hasta el baño donde le lavamos su piernita. Aunque debería de haberse puesto como loca, su reacción fue totalmente lo contrario. Con toda calma lavó su piernita con agua y jabón, posteriormente nos dirigimos con mi compadre Yuyis "el pediatra" y de ahí con un infectólogo. En menos de un par de horas mi hijo había sido atendido por el mejor cuerpo médico de Culiacán.

Nunca olvidare esa tarde, no solo por la obvia razón de ser un evento extraordinario, sino por esa calma con la que mi esposa calladita y sumisa, solventó la situación. Algo me decía que eso no era normal, había pasado todo el día y no me había dicho nada, ni un reclamo, ni un corrosivo "te lo dije", ni un castrante “cómo se te ocurrió”.

Esa tranquilidad con la que se comportaba me estaba matando, para el tercer día dejé de dormir, Cachita solo sonreía. Para al quinto día empezaba a revisar los alimentos antes de comérmelos. Pasado una semana, parecía que el que había sido atacado por una jauría de mapaches había sido yo, así que no aguanté y le pregunté: ¿qué acaso no me vas a decir nada? 

Cachita, con una sonrisa malvada de esas que distinguen a las hembras que disfrutan la venganza por fin me dijo -sí, lo del mapache te lo voy a estar recordando toda la vida- continuó aclarando -solo quería que tú me lo pidieras y después no andes diciendo que soy una exagerada, toda la vida te lo recordaré-. Ese último "toda la vida" lo pronunció lentamente sílaba a sílaba.

Y como lo prometido es deuda, después de ese día, en cada ocasión que Cachita revisaba la herida, empezaba la lluvia de reclamos que con justa razón lo hacía. Años posteriores cada vez que recordaba el evento, mencionaba y descargaba una retahíla contra éste noble cuentacuentos.

En el 2010 cuando Chube me preguntó si "iba" se escribía con hache, hache rima con mapache, Cachita reclamó todo el 2010

En el 2011 por alguna razón platicábamos de las bicicletas que usábamos en la infancia, bicicletas de marca "Apache"; apache rima con mapache, Cachita reclamó todo el 2011.

En el 2012 platicábamos de los efectos del toloache, flor que se encuentra en la orilla de las vías del tren que adornan y despiertan a Bacurimi, toloache rima con mapache, Cachita reclamó todo el 2012

En el 2013 lo mismo. En el 2014 lo mismo.

Pero en el 2015 nos cambiamos a vivir a la Ciudad de México y durante nuestra estancia en la gran ciudad, Cachita no volvió a mencionar al mapache. 

Llegó el 2016 y tampoco me había dicho nada. Pensé que ya la había librado, pero no. El reclamo tomo nuevamente su fuerza el 20 de diciembre que aterrizamos en Culiacán gracias a la siguiente constante…


En todas las mesas que nos hemos sentado y con todas las personas que hemos platicado desde que llegamos a Sinaloa, se repite el siguiente comentario "MALOVA, ha sido el gobernador más corrupto y desgraciado de toda la historia de éste Estado, es una rata, es un pinche mapache". Y Cachita, que para luego es tarde, pareciera le dieran cuerda, solo se la lleva reclame, reclame y reclame. Lo peor del caso es que dudo, si como familia algún día podamos olvidar el daño que nos ha hecho ese asqueroso y puto animal… y también lo del mapache.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Tarde o temprano estaremos juntos.

Lo bueno de vivir en la CDMX es que, cualquier evento por más pequeño que sea, para los ojos de un Culichi se convierte en un mitotón. Llorón el niño y le mecen la cuna. Así que cuando Claudia nos invitó al homenaje de Juanga en la Plaza Garibaldi, contesté con un - ¡cómo chingados no! - como debió haber contestado Rosita Alvírez cuando la sacaron a bailar.
Llegamos directamente al estacionamiento de la Plaza y al subir a la explanada se veían y escuchaban los mariachis en distintos lugares, rodeados de personas coreando al mismo tiempo diferentes canciones de Juan Gabriel. Pintaba bien el asunto, parecía el mismo escenario que conocemos en Culiacán cuando jalamos la banda en la feria ganadera, pero en este caso con mariachi y sin caminar tanto.
La Plaza te recibe en un tono de alerta y alegría. Es imposible dejar de ver el contraste entre los personajes principales que le dan vida a Garibaldi: mariachis, jarochos, norteños, tríos, gringos, mexicanos, empresarios, policías, vendedores ambulantes y teporochos abundando por todos lados.
En tono de enseñanza maternal, hacia los que todavía se nos nota que no somos chilangos, Claudia nos advierte la primera regla del protocolo de la Plaza. Nos dijo - aquí no se vale decir no, nunca digan no, te chingan a la vuelta de la esquina si dices no-. Tal como si se hubieran puesto de acuerdo, el primer borrachín se nos acerca a pedirnos una moneda y con maestría en artes urbanas, Claudia saca un cigarro y le dice sin titubear al teporochito -¿te ofrezco un cigarro hermano, lo quieres?-  y al mismo tiempo con la otra mano, el encendedor ya prendido. Al borrachín no le quedó más remedio que aceptarlo y hacer casita para que no se le apagara la llama. Claudia le encendió el cigarro y antes de que él pudiera decirnos algo, ella volvió a tomar el control y lo despidió con un- ¡que Dios te bendiga hermano! - dejándole claro al borrachín que esa noche con nosotros no habría monedas y que buscara en paz otro grupo al cual mendigar.  Observe anonadado alejarse al borrachín contento con su cigarro.
Caminamos hacia el fondo por la calle de República de Honduras, pasaje resguardado por las estatuas de los máximos exponentes del género, donde no pude dejar de sentir orgullo al ver a dos grandes sinaloenses: Pedro Infante y Lola Beltrán. Un poco más adelante, justo a la mitad del camino, llena de coronas, de gente, de cantos, de cervezas y de mariachi, emergía la estatua de la Juanga, con su traje de mariachi, llena de besos, manchada de lápiz labial y cera de veladoras. Oliendo a funeral, a muerte festiva. Una mezcla que confundía al extranjero presente, una situación que sólo el mexicano entiende, una clara exposición del pacto único que tenemos entre la muerte y la fiesta.
La gente cantaba y se abrazaba, tomaba y gritaba. Juan Gabriel a través de su estatua parecía decirnos -acuérdense que yo nunca me rajé, así que síganle bebiendo y cantando, que para eso les dejé más de 1,300 canciones-.  Cantábamos en coro "Amor eterno", " La diferencia", "Si quieres", "El Noa Noa" y muchas más. Una y otra vez, de un lado a otro de la plaza los mariachis cantaban y la gente les arrebataba las canciones que se perdían en el cielo, expresando un ‘gracias’, ‘gracias Juanga por existir, gracias Juanga por la fiesta, gracias Juanga por tus canciones y conciertos, gracias Juanga por restregar la diversidad al macho mexicano’.
¿Y cómo perderse de algo así? después de un par de cervezas, ya estábamos enfrente de la estatua prendiendo veladoras y compartiendo la cerveza con quién sabe quien, abrazados como hermanos y tomándonos fotos entre canción y canción. Como buen sinaloense, distinguido por el tono y volumen de mi voz, tome de inmediato la batuta del escenario, dirigiendo las porras y los coros, con el afán de hacer del presente lo mejor que nos estuviera pasando.
Esa noche, a los pies de su estatua celebramos llorando y cantando su partida. En una sola voz ricos y pobres, viejos y chicos, imitadores de Juan Gabriel, travestis, borrachos, turistas, chilangos y provincianos nos hermanamos. Al fin y al cabo, como también lo que dijo Lennon: tarde o temprano estaremos juntos para seguir amándonos. 

martes, 31 de mayo de 2016

Un gigante en el campo: Roberto Tarriba

Esa mañana llegamos como a las 11 a checar los primeros cortes de tomate, era mitad de diciembre y desde el campo agrícola de Ceuta se veían dos hermosos océanos; las hortalizas y el Pacífico.

Recuerdo al Sr. Roberto Tarriba bajarse de la "Durango" y caminar entre los surcos saludando a los jornaleros con mucha frescura, haciéndole preguntas al jefe de campo sobre su familia  -¿y su hijo Don Chon, pa cuando tiene la cría?- Don Chon con mucha confianza respondió -ya mero, se había tardado este cabroncito, ya tiene 21 y ni un nieto me ha dado, no sé qué estaba esperando-.

En cierta ocasión saludando a una pizcadora, que en sus coloridas faldas de confección indígena venía aferrado tímidamente un niño de máximo 8 años, descalzo y con el moco seco pegado bajo las fosas nasales. El morrillo volteando a ver al inmenso señor Tarriba, que si mal no recuerdo su altura rondaba entre el 1.90 y que para el pequeño que tenía enfrente debió parecerle un gigante, que apenas animándose le preguntó -¿oiga, asted es el señor Tarribas?-
Roberto amablemente acariciando el cabello del niño le respondió -así es hijo-
Espontáneamente solo se escuchó una aguda vocecilla,  expresando un gracioso y cantado –inga sa tuuu ronchiiii- 

Como actuario,  muchas de sus locuras tenían que ver con los números. El día que propuso instalar un sistema japonés de Control de Calidad, utilizado por las grandes empresas internacionales como Nissan, General Electric, Sony y otras, pensamos que se le había botando el chango, pero cuando dijo que dicho sistema lo iba a mejorar, mientras nos mostraba sus apuntes de la universidad, entonces confirmamos realmente que el señor Roberto se había caído de chiquito y golpeado la cabeza.

En el 2000 echamos manos a la obra con este proyecto y durante las próximas temporadas estuvimos trabajando en instalarlo y adaptarlo a la agricultura, para el cuarto año los ahorros demostrados a través del sistema ya sobrepasaban las cifras del millón de dólares y había involucrado a más de 200 personas dentro de la organización. 

Estábamos listos para demostrar que dicho sistema era el mejor del mundo, así que decidimos probarlo  a través del Concurso de Metodologías Estratégica promovidas por los organismos más importantes de Calidad de México y Japón, JETRO (Japan External Trade Organization)  y  asociaciones fundadas por el mismísimo Kauro Ishikawa. 

Para octubre del 2004, la propuesta enviada había obtenido dos galardones nacionales: la empresa mexicana con “mejor estrategia de calidad” y la de “mayor impacto social”. Recibimos el galardón  ese mismo mes y lo único que lamentábamos era que Roberto recién había fallecido unos meses atrás y su locura había puesto nuevamente a la Agricultura Sinaloense en las grandes ligas internacionales, sin temor ni duda había salido a enfrentarse con empresas como Ford, Susuki, Motorola, Coca Cola, Axa Yazaki, y muchas más, dejándolas asombradas de lo que un hombre actuario, loco agrícola con un modelo que se le había ocurrido en la universidad los hubiera dejado atrás, cuya mayor gracia era su  aplicación a la agricultura.


Por eso hoy, después de 12 años de su muerte, cuando de repente platicamos de Roberto, me siento como el plebillo faldero, aquel que traía el moco seco pegado debajo de las fosas nasales, al darme cuenta de que enfrente tuvimos un gigante visionario agrícola, al más grande empresario agrícola de Calidad en México, con todo respeto me quito el sombrero y hasta el cielo le mando  un sincero: –inga sa tuuu ronchiii-.

lunes, 23 de mayo de 2016

Dame tu mano virgencita.

Eran 20 para las 7 de la mañana, cuando mi hermano Jorge me despertó para que le diera “raite” a la escuela. Ese día yo entraba hasta las 10 y en una ciudad como Culiacán, un par de horas es más que suficiente para ir y venir, desayunar,  arreglarse y llegar a tiempo nuevamente a la escuela.

Me lavé los dientes, me puse un short y descalzo tome las llaves del Spirit RT que acababa de comprar mi mamá, que aún olía a nuevo y que al prenderlo, comenzó a tocar la canción de "Talk dirty to me" del primer álbum de Poison.

Lo deje en la “Tec” y de regreso, en la esquina de Xicoténcatl y Malecón, me tocó el rojo. Paré y mientras esperaba el verde, me llego la brillante idea de calar el carro, a la fecha no había tenido la oportunidad de acelerarle “como Dios manda”, apenas teníamos unas semanas con esa máquina y pensé -de seguro ha de volar como ninguna otra-. Así que en cuanto se puso el verde le metí la pata, literal venía descalzo y sentí el poder de las revoluciones en mis manos.

Como a doscientos metros antes de llegar a la siguiente esquina, donde actualmente se encuentra el Café Marimba, del camellón salieron dos viejitos, uno de ellos cruzó rápidamente la calle y otro se quedó mirándome a la mitad del carril de la izquierda justo por donde yo circulaba. Me cambié de carril sin desacelerar, aún faltaban como 100 metros antes de llegar a donde se encontraba el señor y justo cuando pensé que ya la había librado, el viejito tomándose el sombrero con la mano derecha se echó a correr tratando de ganar la carrera a la banqueta.

Gire el volante tratando de sacarle la vuelta, sin embargo el carro se me derrapó y aunque frene lo más que se pudo, golpeé al viejito justo con la puerta del chofer, aventándolo unos dos metros para atrás.

Salí del carro pidiendo ayuda, logre subir de inmediato al anciano en los asientos de atrás, y si antes le había metido la pata al carro, ahora no había más remedio que emprender la carrera a toda velocidad a la Cruz Roja.

Durante el trayecto el señor recobró la conciencia. Yo además de cagado ya  venía llorando, pensando que había matado al viejito. Así que cuando despertó, no se me ocurrió otra cosa que llamar su atención diciéndole:
-Señor, señor ¿está bien?-
El viejito se quejaba y balbuceaba cosas que no entendía, -señor, señor ¿está bien?- insistí.
El señor solo sacaba sonidos raros, vomitaba y escupía sangre cuando de repente con un esfuerzo sobrehumano comenzó a decir:
-¡Ay!, ¡Ay! Virgencita de Guadalupe- quejándose,-Virgencita de Guadalupe, te veo, te estoy viendo, te veo virgencita-  continuó -Dame tu mano, dame tu mano virgencita.

El señor que apenas se movía empezó a estirar la mano hacia el techo del carro, como queriendo tomar la mano de alguien que lo ayudaría a levantarse. Empecé a gritarle-  No señor, no señor, no tome ninguna mano, tenga la mía-  y tomándolo de la mano le gritaba -¡agarre mi mano! ¡sosténgase de mi mano!- el señor continuaba diciendo -¡virgencita!, ¡oh virgencita!, veo tu luz, veo tu camino, voy hacia ti- En ese momento me quise morir, prendiendo y apagando la luz interior del carro, llorando le gritaba –¡señor! ¡señor!, ¡vea esta luz!, no vea otra, ¡vea esta luz!- pero el señor en su trance seguía diciendo -¡virgencita voy contigo!, ¡te veo virgencita!, ¡voy en tu camino!- Llorando desesperado, ya casi llegando a la cruz roja le gritaba -quédese señor, quédese, no vaya a ningún lado, tome mi mano,  ¡no vaya hacia la luz!

No recuerdo cuanto tiempo tarde en llegar a la Cruz Roja, pero se me hizo una eternidad. Estacionándome por la puerta de enfrente por el Blvd. Leyva Solano, me baje en chinga gritando -¡ayuda, ayuda! Alguien atropello a este señor- un  policía de inmediato me tomo del brazo interrogándome fuertemente-¿Seguro que no fuiste tú?- lo que no me quedo otro remedio que confesar -¡si fui yo, fui yo!- Lloraba con la cola entre las patas. Inmediatamente me esposaron y me mandaron a los separos donde pude llamarles a mis padres y contarles la situación.

En los separos, descalzo, pisando orines, detrás de las rejas, solo, sin saber si había matado al viejito, con las manos llenas de sangre, llorando, sin haber desayunado, pedí una señal, una luz y me quede en la banca de la celda en posición fetal sollozando. 

Para antes de que anocheciera, mis padres lograron sacarme de los separos, nunca me regañaron, nunca me dijeron nada, jamás volvimos a tocar el tema, creo que se dieron cuenta que la experiencia que había pasado, era más que suficiente para entender las consecuencias de andar en chinga por la ciudad con carro nuevo. Aunque nunca supe con certeza que pasó con el viejito, yo siento en lo más profundo de mí ser, que el señor está bien y que logró salir adelante. 

Bueno, en realidad no siento ni madres, "las voces" que desde ese día aparecieron, son las que me dicen, que todo está bien.


(Talk Dirty To Me 
http://youtu.be/xCChxBSRo1Y)

miércoles, 11 de mayo de 2016

El pilín de Harry Potter

Regresábamos de Hermosillo, hermana república de la buena carne,  de solicitar la visa para vacacionar a la armada y amada república de los Estados Unidos.

En la Xtrail veníamos los 4 Peraza López y la tía Marisa, muggle cuya educación fue formada en escuela católica conservadora, de esas que arrancan las hojas del libro de biología donde se explica la vagina y el pene y que por supuesto al referirse a los órganos sexuales, prefieren utilizar diminutivos en tercera persona como "el pilín", "la cuevita",  o los mencionan casi susurrando con un "tú sabes qué”, como si hicieran referencia a Vodemort, el señor oscuro.

Al frente concentrados en el mero mitote veníamos Cachita de copiloto  y yo de piloto,  cuando de repente la Tía Marisa nos interrumpe para comentarnos que Chube, de 6 años en ese entonces,  le acaba de preguntar sobre "la cosita que tú sabes"

Riéndome por dentro asegurándome de no soltar la carcajada y al mismo tiempo con la seriedad necesaria para mostrar la madures de un padre de familia, le pregunté al Chube:

-¿Hijo mío, puedes repetirle a tu tía la pregunta?-

El Chube Canedas con su voz de inocencia preguntó: -¿Tía que es monda?

En ese momento mi mente vago hasta mi libreta de biología de segundo de secundaria la cual estaba forrada con la portada del álbum de Stryper "To Hell with The Devil", en el que alguna vez escribí la siguiente definición: "el pene forma parte del aparato genital masculino y constituye el final del aparato urinario; el glande es la parte final y más abultada del pene".

Sin embargo antes de recitarle la definición de monda o pene o la cosita o "tú sabes qué", Cachita  interfiriendo le preguntó al Chube -Hijo, ¿dónde escuchaste esa palabra?

Chube Canedas muy seguro contestó -en la película de Harry Potter.

De inmediato pensé, que el Chube había encontrado mi carpeta de artes oscuras en mi lap, donde tengo las versiones porno de mis películas favoritas como “La Señora de los anillos”,  “Pepa Pig”,  “La vez que el coyote alcanzó al correcaminos”, “La mamá de Dora la exploradora” y por supuesto “Harry Potter y la cama de los secretos”.

Nuevamente antes de que yo interviniera, Cachita preguntó -hijo, ¿en qué parte de la película escuchaste esa palabra? 

Chube Canedas aclaró -fue cuando Draco Malfoy le dice a Hermione Granger, que ella es de sangre sucia e in- Monda, ¡pero no sé qué quiere decir in- Monda!

-Inmunda hijo, es inmunda la palabra que dice Draco- afirme -y quiso decir que su sangre no es pura, o sea que ella es hija de muggles y no de magos.


No cabe duda que el Chube es santo y puro, y en este caso los que agarramos monte con pensamientos inmundos fuimos los adultos que veníamos en el expreso a Culiacán, y menos mal que Cachita logró encontrar la raíz de la duda, antes de que me pusiera a explicarle de penes y vaginas, cuando en realidad estaba preguntando otra cosa. Ya me imagino la confusión que le hubiera sembrado a mi hijo si no hubiera intervenido primero Cachita,  con mi explicación el Chube aún tuviera la siguiente duda: ¿qué mondas le pasa a la sangre de Hermione Granger?

Free de Stryper 
https://youtu.be/6Yok_B7ePSo?list=RD_xlp-aOYutM

lunes, 2 de mayo de 2016

Galletas Marías para la desta.

Qué más podíamos hacer una bola de plebes de primero de prepa en los 90 sin Facebook:
1. Fumar a escondidas,  y experimentar las terribles crudas de cigarro.
2. Presumir historias de encuentros cachondos imaginarios.
3. Andar con el pico parado el 90% del tiempo.
4. Salir corriendo de las fiestas por que llegaron los "Tiburones" 
5. Restregarle un fatallity en la jeta al pelón que ahora es tu compadre.

Eso hacíamos por lo menos “los de la Tabasco":  el Henry, el Amado, el León, El Toño, el Pez, el Tilico y Yo.

A esa edad, con muy poca vergüenza o casi nada entrábamos todos los días como a eso de las 4 de la tarde a la casa de la Sra. Alma, mamá del Tilico, por la puerta de servicio directamente a la cocina. Abríamos la alacena y sacábamos un paquete de galletas Marías para después sentarnos en la banqueta y comenzar la plática preparatoriana arriba descrita.

De vez en cuanto a la  Sra. Alma, con muy poca vergüenza o casi nada, salía a la calle pegándoles unos santos cagadones, incluyendo en su léxico una que otra mentadas de madre y uno que otro pendejo a cualquiera de sus tres hijos delante de nosotros. Tampoco le daba vergüenza, de igual forma cagarnos a nosotros delante de sus tres hijos, podría decirse que había cobija para todos, cuando así lo merecíamos.

Recuerdo esa vez que como de costumbre, con muy poca vergüenza o casi nada, llegué y entré a su casa. Abrí la alacena, saqué un paquete de galletas Marías y por andar de vivo, le comente al Aarón, hermano menor del Tilico, que ya me tenía hasta la madre las galletas María y que ya era hora que le dijera a su mamá, la Sra. Alma, que por favor comprara de otras galletas. Continuando con la broma en tono muy enojado le advertí: -¡qué sea la última vez que vengo a la alacena y encuentro solamente Marías! 

Recuerdo al día siguiente como de costumbre, con muy poca vergüenza o casi nada, entré de nuevo a la casa de la Sra. Alma.  Abrí la alacena, saqué un paquete de galletas Marías, y al cerrar la puerta sentí la presencia de la Sra. Alma. De reojo vi su postura con una mano en la cintura, el pie derecho chapaleando con pequeños y constantes golpecitos el suelo, en esa posición de "ahorita me chingo a este plebe pedorro", y acordándome del día anterior no tuve más remedio que poner mi cara de  "ya valió madres".

Tartamudeando alcance a decir 
-Bu… buenas ta… tatardes Sra. Alma -
-Buenas tardes hijo - contestó la mamá del Tilico y de forma amable y sarcásticamente continuó - fíjate hijo que me comentó Aarón, que ayer le mencionaste que ya te habías enfadado de las galletas Marías, y  me preocupa mucho que no seas feliz-  y subrayando él sarcasmos preguntó- ¿Cuáles galletas te gustaría que comprara?

Contesté después de tragar saliva - ¿estos plebes no? ¡Tan sencillos!- reí con la cola entre las patas y continúe-  no puede decirles una bromilla por qué se la creen, ¡son inocentes pues! están morritos -afirmando dije - a mí me encantan las galletas Marías, es más, son mis favoritas.

Tal vez le dio gracia mi estúpida respuesta, pero ese día salí ileso del muy merecido cagadón. Al contrario, mi sentencia se redujo a una pequeña sonrisa, que entendí también, podría significar que me había declarado libre de toda culpa, así que sin soltar el paquete de galletas, salí ese día a la banqueta a compartir las Marías y la plática.


Aún tengo la costumbre de comer todos los días galletas Marías, aunque no lo sepa mi Cachita,  a veces con cajeta, a veces con lecherita, por motivo de salud mental nunca he dejado de comerlas, quizás por qué a veces también les pongo un poquito de recuerdos, como aquella vez que con poca vergüenza o casi nada, la Sra. Alma, como las galletas Marías, se convirtió hasta la fecha, en una de mis personas favoritas.

viernes, 8 de abril de 2016

El Vemero de mi tío Richard

Nunca hubo un cazador o pescador más audaz que mi tío Richard, era cuestión que se acercara a la orilla de un canal con piola en la mano, para que cardúmenes de mojarras empezarán a brotar desde fondo desesperadas por ser capturadas , bastaba con que el anzuelo tocara el agua para que en un tirón sacara mojarras, bagres cochitos, pargos, cauques, enganchados de la boca, la cola, la panza, las agallas de donde fuera, por qué aunque ustedes no me crean, a veces ni carnada necesitaba para que mi tío en un simple charquito sacara cantidades bastas, capaces de alimentar cuadrillas completas de albañiles.

Cierta mañana dirigiéndose al castillo, justo antes del amanecer, estacionó su Cheyenne a la orilla de unos manglares, en afán de esperar la salida del sol, encendió  un cigarrillo mientras sacaba su caña de pescar la cual lanzó desde la orilla mientras el efecto laxante de la nicotina dio su primer aviso, amarró su caña de una rama, para adentrase a los manglares y detrás de un arbolito pegar el respectivo cagadón.

Cuál sería sorpresa, que al regresar a donde había dejado la caña de pescar, encontró a un venado macho alfa de 7 puntas luchando en la orilla de mar contra un mero de casi 90 kilos, el venado y el mero estaban atados por la caña de pescar, pues mi tío sin querer en vez de amarrar la caña al manglar, en la oscuridad no se dio cuenta y ató la caña a los cuernos de dicho venado que dormitaba entre las ramas, el venado jalaba hacia afuera al mero y el mero jalaba al venado a lo profundo del mar.

La lucha duró unos cuantos minutos más, hasta que ambos animales se agotaron y mi tío despreocupado tomó la piola del medio, convirtiéndose en el único ser sobre la tierra, en pescazar un vemero de 250 kilos.


Esa tarde en un pueblito desconocido a la orilla del mar, la gente comió mero y venado en tamales, chicharrones, caldo, machaca, cocido y otros platillos más, del mero y del venado no quedaron ni los huesos, los habitantes del pueblo estaban tan eufóricos que  tomaron tanta cerveza que al quinto día nadie recordaba el motivo de tal celebración, mi tío paso a ser un héroe desconocido, y hoy aunque preguntes, nadie recuerda tal hazaña.  Solo los que conocimos a mi tío Richard, sabíamos que tenía un pacto especial y único con la vida, donde solo el Richard viviría miles de historias increíbles y maravillosas a cambio de no dejar evidencia, que después tendría que contar a sus sobrinos, aunque estos por haber crecido, pensarían que eran mentiras.