Esa mañana llegamos
como a las 11 a checar los primeros cortes de tomate, era mitad de
diciembre y desde el campo agrícola de Ceuta se veían dos hermosos océanos; las
hortalizas y el Pacífico.
Recuerdo al Sr.
Roberto Tarriba bajarse de la "Durango" y caminar entre los surcos
saludando a los jornaleros con mucha frescura, haciéndole preguntas al jefe de
campo sobre su familia -¿y su hijo Don Chon, pa cuando tiene la cría?-
Don Chon con mucha confianza respondió -ya mero, se había tardado este cabroncito,
ya tiene 21 y ni un nieto me ha dado, no sé qué estaba esperando-.
En cierta ocasión
saludando a una pizcadora, que en sus coloridas faldas de confección indígena
venía aferrado tímidamente un niño de máximo 8 años, descalzo y con el moco
seco pegado bajo las fosas nasales. El morrillo volteando a ver al inmenso
señor Tarriba, que si mal no recuerdo su altura rondaba entre el 1.90 y que
para el pequeño que tenía enfrente debió parecerle un gigante, que apenas
animándose le preguntó -¿oiga, asted es el señor Tarribas?-
Roberto amablemente
acariciando el cabello del niño le respondió -así es hijo-
Espontáneamente
solo se escuchó una aguda vocecilla, expresando un gracioso y cantado
–inga sa tuuu ronchiiii-
Como actuario,
muchas de sus locuras tenían que ver con los números. El día que propuso instalar
un sistema japonés de Control de Calidad, utilizado por las grandes empresas
internacionales como Nissan, General Electric, Sony y otras, pensamos que se le
había botando el chango, pero cuando dijo que dicho sistema lo iba a mejorar,
mientras nos mostraba sus apuntes de la universidad, entonces confirmamos
realmente que el señor Roberto se había caído de chiquito y golpeado la cabeza.
En el 2000 echamos
manos a la obra con este proyecto y durante las próximas temporadas estuvimos
trabajando en instalarlo y adaptarlo a la agricultura, para el cuarto año los
ahorros demostrados a través del sistema ya sobrepasaban las cifras del millón
de dólares y había involucrado a más de 200 personas dentro de la
organización.
Estábamos listos
para demostrar que dicho sistema era el mejor del mundo, así que decidimos probarlo
a través del Concurso de Metodologías Estratégica promovidas por los
organismos más importantes de Calidad de México y Japón, JETRO (Japan External
Trade Organization) y asociaciones fundadas por el mismísimo Kauro
Ishikawa.
Para octubre del
2004, la propuesta enviada había obtenido dos galardones nacionales: la empresa
mexicana con “mejor estrategia de calidad”
y la de “mayor impacto social”.
Recibimos el galardón ese mismo mes y lo único que lamentábamos era que
Roberto recién había fallecido unos meses atrás y su locura había puesto
nuevamente a la Agricultura Sinaloense en las grandes ligas internacionales, sin
temor ni duda había salido a enfrentarse con empresas como Ford, Susuki,
Motorola, Coca Cola, Axa Yazaki, y muchas más, dejándolas asombradas de lo que un
hombre actuario, loco agrícola con un modelo que se le había ocurrido en la
universidad los hubiera dejado atrás, cuya mayor gracia era su aplicación a la agricultura.
Por eso hoy,
después de 12 años de su muerte, cuando de repente platicamos de Roberto, me
siento como el plebillo faldero, aquel que traía el moco seco pegado debajo de
las fosas nasales, al darme cuenta de que enfrente tuvimos un gigante
visionario agrícola, al más grande empresario agrícola de Calidad en México,
con todo respeto me quito el sombrero y hasta el cielo le mando un
sincero: –inga sa tuuu ronchiii-.