Lo bueno de vivir en
la CDMX es que, cualquier evento por más pequeño que sea, para los ojos de un
Culichi se convierte en un mitotón. Llorón el niño y le mecen la cuna. Así que cuando Claudia nos invitó al homenaje de Juanga en la Plaza
Garibaldi, contesté con un - ¡cómo chingados no! - como debió haber contestado
Rosita Alvírez cuando la sacaron a bailar.
Llegamos directamente al estacionamiento de la Plaza y al subir a la
explanada se veían y escuchaban los mariachis en distintos lugares, rodeados de
personas coreando al mismo tiempo diferentes canciones de Juan Gabriel. Pintaba
bien el asunto, parecía el mismo escenario que conocemos en Culiacán cuando
jalamos la banda en la feria ganadera, pero en este caso con mariachi y sin
caminar tanto.
La Plaza te recibe en un tono de alerta y alegría. Es imposible dejar de
ver el contraste entre los personajes principales que le dan vida a Garibaldi:
mariachis, jarochos, norteños, tríos, gringos, mexicanos, empresarios,
policías, vendedores ambulantes y teporochos abundando por todos lados.
En tono de enseñanza maternal, hacia los que todavía se nos nota que no
somos chilangos, Claudia nos advierte la primera regla del protocolo de la Plaza.
Nos dijo - aquí no se vale decir no, nunca digan no, te chingan a la vuelta de
la esquina si dices no-. Tal como si se hubieran puesto de acuerdo, el primer borrachín
se nos acerca a pedirnos una moneda y con maestría en artes urbanas, Claudia
saca un cigarro y le dice sin titubear al teporochito -¿te ofrezco un cigarro
hermano, lo quieres?- y al mismo tiempo con la otra mano, el encendedor
ya prendido. Al borrachín no le quedó más remedio que aceptarlo y hacer casita
para que no se le apagara la llama. Claudia le encendió el cigarro y antes de
que él pudiera decirnos algo, ella volvió a tomar el control y lo despidió con
un- ¡que Dios te bendiga hermano! - dejándole claro al borrachín que esa noche
con nosotros no habría monedas y que buscara en paz otro grupo al cual mendigar.
Observe anonadado alejarse al borrachín contento con su cigarro.
Caminamos hacia el fondo por la calle de República de Honduras, pasaje
resguardado por las estatuas de los máximos exponentes del género, donde no
pude dejar de sentir orgullo al ver a dos grandes sinaloenses: Pedro Infante y
Lola Beltrán. Un poco más adelante, justo a la mitad del camino, llena de
coronas, de gente, de cantos, de cervezas y de mariachi, emergía la estatua de
la Juanga, con su traje de mariachi, llena de besos, manchada de lápiz labial y
cera de veladoras. Oliendo a funeral, a muerte festiva. Una mezcla que
confundía al extranjero presente, una situación que sólo el mexicano entiende,
una clara exposición del pacto único que tenemos entre la muerte y la fiesta.
La gente cantaba y se abrazaba, tomaba y gritaba. Juan Gabriel a través
de su estatua parecía decirnos -acuérdense que yo nunca me rajé, así que
síganle bebiendo y cantando, que para eso les dejé más de 1,300 canciones-. Cantábamos en coro "Amor eterno", "
La diferencia", "Si quieres", "El Noa Noa" y muchas
más. Una y otra vez, de un lado a otro de la plaza los mariachis cantaban y la
gente les arrebataba las canciones que se perdían en el cielo, expresando un ‘gracias’,
‘gracias Juanga por existir, gracias Juanga por la fiesta, gracias Juanga por
tus canciones y conciertos, gracias Juanga por restregar la diversidad al macho
mexicano’.
¿Y cómo perderse de algo así? después de un par de cervezas, ya
estábamos enfrente de la estatua prendiendo veladoras y compartiendo la cerveza
con quién sabe quien, abrazados como hermanos y tomándonos fotos entre canción
y canción. Como buen sinaloense, distinguido por el tono y volumen de mi voz,
tome de inmediato la batuta del escenario, dirigiendo las porras y los coros, con
el afán de hacer del presente lo mejor que nos estuviera pasando.
Esa noche, a los pies de su estatua celebramos llorando y cantando su
partida. En una sola voz ricos y pobres, viejos y chicos, imitadores de Juan
Gabriel, travestis, borrachos, turistas, chilangos y provincianos nos
hermanamos. Al fin y al cabo, como también lo que dijo Lennon: tarde o temprano
estaremos juntos para seguir amándonos.