viernes, 6 de diciembre de 2013

Un plan maquiavélico.

Antes de los quince, precisamente antes de que las niñas se conviertan en lo más importante y entretenido de tu vida, para alguien como yo, lo más importante era el béisbol.

Cualquier cosa podía convertirse en pelota, un pedazo de papel aluminio, un calcetín, una tarea vieja, de igual forma un bate podía ser un palo de escoba, la misma mano o un zapato, lo importante era jugar donde sea, recuerdo los gritos de mi mamá cuando nos encontraba jugando béisbol dentro de la casa, digo, habiendo tanta calle, ¡cómo se nos ocurría!.

A esa bendita edad, un juego de nueve entradas se podía convertir en las dos horas más significantes de tu vida, no te podías dejar perder por nada, y el equipo que formábamos en la calle Morelia, integrado por el Jorge, el Rey, el Pollito, el Jechu, el Bugui, el Sergio y yo, no era la excepción.

Siendo las cuatro de la tarde, salíamos al baldío con nuestras manillas, a esperar a los plebes de la calle Tepic, equipo formado por el Joshua, el Jordán, al Gringo, al Iván, el Najar y el nunca olvidable Ioaniss, el único que tenía 18 años en ese entonces.

No voy a negar que eran muy buenos los plebes de la Tepic, todos jugaban en ligas infantiles y algunos de ellos, especialmente el "tal Ioaniss" hasta seleccionado nacional era, pero en ese baldío enfrente de la casa del Sergio, donde el polvo se metía hasta en las trusas y la bola botaba de la fregada... ahí señores, los plebes de la Tepic, ¡se la pelaban!

Cada vez que les hacíamos el último out, nosotros celebrábamos con tanta emoción, con tanta alegría y con tanta euforia, que se nos olvidaba por completo "el tal Ioaniss", que siempre, pero siempre que perdía, se ponía a repartir sopapos, cuyo efecto era desaparecer de forma inmediata la algarabía expuesta por los de la Morelia y dejarnos más agüitados que un cholo sin grabadora.

Después de haber ganado el juego y haber recibido los respectivos sopapos, regresábamos a la tiendita de los depas, y ahí en bola, lamentábamos el abuso del "tal Ioaniss" e inventamos mil formas inocentes de hacerlo sufrir, desde llenarle los zapatos de guachapores hasta meterle una sanguijuela por la cola, las mil inocentes venganzas pronto se convertían en un mar de carcajadas de un grupo de adolescentes de 11 a 15 años adulterados por la coca y el pan, cuya curiosa conclusión se convertía diariamente en el siguiente plan maquiavélico:

1.- Dormir temprano, despertar, ir a la escuela y esperar a que sean las cuatro de la tarde.
2.- Reunirnos en el baldío enfrente de la casa del Sergio, a esperar a los plebes de la Tepic.
3.- Jugar una careada de béisbol y ganarles.
4.- Celebrar exageradamente con emoción, alegría y euforia.
5.- Demostrarles que con todo y los sopapos del "tal Ioaniss" ... los plebes de la Tepic, ¡se la pelaban!.

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