jueves, 6 de diciembre de 2012

Ponte a dieta Rey Panzón.


Acostada sobre la cama del hospital y aún bajo el efecto de la anestesia, la nueva madre orgullosa mencionaba lo hermoso que estaba su bebe, las otras mujeres que la acompañaban en el cuarto afirmaban incesantes  lo que decía la nueva mamá sobre el recién nacido y emitían sonidos mimosos cada vez que dirigían a la criatura.

Por más que me asomaba a ver si había otro neonato  y confirmar lo que todas las señoras decían, no logre ver más que aquel horrible niño que dormía en los brazos de su mami, pero en verdad que el plebe no estaba tan bonito como todas aseguraban en ese momento.

Mi Cachita anticipándose a mi indiscreción se me acercó y me mencionó  a manera de advertencia – Nadie pero nadie tiene hijos feos -

Días después, durante la semana santa del 2006 o 2007, Mariana mi hija tendría alrededor de seis años cuando pasamos a visitar en Camahuiroa, al hermoso familión de los Yamuni, los cuales  gozaban en su casa de playa de relajantes vacaciones. Nos recibieron en el comedor  y verdaderamente nos atracamos de unas deliciosas kibbeh (mezcla libanesa de carne de cordero con trigo).  Posteriormente nos instalamos en un cuarto que amablemente nos ofrecieron y mi pequeña hija al ver la playa corrió a ponerse su traje de baño y agarrándome la mano me invitó a construir castillos de princesas en la arena.

Al pisar la playa, con la panza todavía hinchada por goloso atracón, antes de quitarme la camisa, me asegure que no hubiera ninguna fémina que le pudiera causar algún disgusto visual mi exceso de grasa corporal traducido en enormes pellas que orgullosas se expresaban en mi abdomen. Asegurándome que los únicos que estábamos éramos mi hija de seis y otras dos niñas; una de siete  y otra de diez, proseguí con confianza a andar bichi de la cintura para arriba.

Construimos un enorme castillo y al terminar, mi hermosa Mariana, siendo la más pequeña,  sugirió que jugáramos a las princesas y levantando la mano como queriendo apartar un lugar en el juego se apresuro a decir:

 -Yo seré la princesa bebe- posteriormente señalando a la niña de siete le comentó –tú serás la princesa hermana mayor- después refiriéndose a la niña de diez le dijo – tú serás la Reina- y con efusión terminó diciendo – ¡y  mi papi será el Rey!

Cuando dijo eso mi princesa, el cielo se despejo y se tornó en un azul perfecto, la playa palpitaba arena blanca y las olas susurraban un hermoso y relajante vaivén, estoy seguro que en el horizonte se dibujó un arcoíris donde jugaban amablemente delfines con gaviotas, garzas y todo tipo de aves marinas, más que extasiado, levante el pecho, suspire profundo y di gracias a la vida, y precisamente en ese momento cuando todo estaba en la cumbre del éxtasis se escucha:

¡Aaaassssscoooo! – dicho por la niña que le toco ser la Reina, inmediatamente  se dio media vuelta y se dirigió a la casa buscando a su papá, para acusarnos por haberle hecho “trampa” y haberla casado sin su consentimiento con un Rey peludo y panzón.  Ya ni para qué hablar de los delfines, las garzas, el arcoíris y el susurro de las olas, todo se dio media vuelta y desapareció  inmediatamente como la niña de diez años.

El rey Peraza por su parte, disimuladamente se puso la camisa, los siguientes tres meses se puso a dieta, bajó como diez o doce kilos y esa navidad le pidió a Santa Clos que “nadie pero nadie tenga hijos y ni tampoco papas feos… y que así sea”.

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